El belén: escenario de vida, muerte y regeneración
Entramos en la navidad, seguramente las fiestas más entrañables de la tradición occidental, exportadas a otras partes del mundo y aceptadas con naturalidad por tradiciones culturales muy distintas. Seguramente la razón de tan buena integración es que, sin duda, la idea de un niño que viene a salvar al mundo es agradable a cualquier cosmovisión. Y el belén, la representación plástica de ese gran acontecimiento, se ha convertido, a lo largo de los siglos, en icono cultural para creyentes y no creyentes. Parece ser, y todo indica que puede ser cierto, que el primer belén lo montó Francisco de Asís en la nochebuena de 1223, en una cueva cercana a la ermita de Greccio, un pueblo del Lazio a orillas del Velino. Fueron los españoles los difusores del belén, a partir del siglo XV. No hay ningún país que perteneciera al imperio español en el que el belén, con variantes locales, no esté presente en las navidades. Hay incluso pequeñas islas pertenecientes hoy a Camboya en las que montan belenes