"Portugal es una nación con bases templarias y masónicas"
Alejandro Fonseca: ¡Cómo
nos gusta escuchar, al menos una vez a la semana, esta música portuguesa,
Monchi Álvarez!
Monchi Álvarez: Y hablar
de Portugal, un país que nos encanta.
A.F.: Sí, señor. David
Rivas, ¿qué tal?, buenas tardes.
David M. Rivas: Buenas
tardes.
A.F.: A Portugal nos
vamos y a Portugal nos lleva el profesor Rivas.
D.M.R.: Sí y esta vez nos
vamos al Portugal histórico y un tanto mítico, en el devenir del país desde la
edad media a la edad contemporánea.
A.F.: David Rivas es
economista, humanista, amigo del programa y siempre dispuesto a hablar con
nosotros de muchas cosas, que para eso es un ilustrado que se mueve por una
amplia temática. Incluso, a veces, también hablamos de economía.
D.M.R.: Sí y últimamente
cada vez menos, jejeje…
A.F.: Vamos a hablar de
los templarios en Portugal, o tal vez mejor de los templarios y Portugal.
D.M.R.: Portugal es el
país de Europa en el que las órdenes militares tienen una mayor importancia en
su propia configuración como nación. Eso no quiere decir que esas órdenes sean
más poderosas o tengan mayor presencia en Portugal que en ningún otro lugar. La
cuestión es otra. La Orden del Temple, por ejemplo, tiene mucha mayor
importancia y mayor peso político en Francia, el país templario por excelencia,
y no digamos de la importancia que tuvo en Tierra Santa. La singularidad del
caso portugués es que la configuración de la nación, su independencia y la
propia corona portuguesa están tremendamente ligadas a la labor de estas
órdenes.
M.A.: Los templarios
tienen una pronta presencia en Portugal.
D.M.R.: Así es. La Orden
del Temple, cuyo nombre original es el de Orden de los Pobres Caballeros de
Cristo, es fundada en 1118 o 1119, no está muy claro, por nueve caballeros
francos y en el Concilio de Troyes, en 1129, la iglesia la reconoce. En
Jerusalén les conceden, porque así lo piden, como residencia unos sótanos y
unas dependencias en lo que quedaba del segundo templo, el que destruyera Tito
en el año 70. Es entonces cuando comienzan a conocerse como templarios u Orden del Templo, nombre
que llegó hasta nosotros en su forma francesa de temple, como a su gran maestro lo conocemos como gran maestre. Allí, bajo las ruinas del
templo, excavan y celebran sus ceremonias, empezando una historia legendaria
que se cruza con la real, siendo a veces complicado discernir. Pues bien, en
1127, dos años antes del mismo concilio, ya están presentes en Portugal,
ayudando a Teresa de León en su guerra con los moros. La condesa les da la que
iba a ser su primer posesión en Portugal, el castillo de Soure. En esos años se
instalan también en los reinos de Castilla y Aragón, siendo particularmente
bien tratados en Aragón. No hay que olvidar que Alfonso I el Batallador se
había educado con cistercienses, la orden monástica que comparte regla con los
templarios. De hecho, Alfonso I quiso dejar el reino en herencia al Temple.
Pero el comportamiento de los templarios no fue el mismo en los tres reinos
ibéricos. En Aragón ocuparon el Maestrazgo, nombre que le viene a la región por
ser tierras pertenecientes al gran maestre, avanzando hacia el mar, donde
construyen la impresionante fortaleza de Peñíscola. Todo indica que su interés
estaba en el Mediterráneo y, tal vez, en organizar una nueva cruzada para
recuperar Tierra Santa. En Castilla miran hacia el norte, hacia el Cantábrico,
con su centro en Ponferrada, en tierras asturleonesas, lo que indica una
estrategia europeísta. Mientras tanto, en Portugal, su actividad militar, con
base en Tomar, los lleva hacia el sur, hacia el Portugal musulmán y el norte de
África. Eso hace que los intereses de la corona portuguesa y los de la orden
coincidan y que una se consolida a la vez que la otra se fortalece. En 1145
toman Santarem para Alfonso Henriques, que es el considerado como primer rey de
Portugal estrictamente hablando, instalándose en el castillo de Longroiva.
Participan más tarde en la conquista de Al-Hama, Alfama, lo que hoy es Lisboa.
Es tal su importancia en esa acción que aún hoy la bandera de la ciudad es el beauseant, el estardante blanco y negro
de la orden, el mismo que adopta Ceuta, también tomada por los templarios para
la corona portuguesa. Es llamativo que la tercera ciudad que adopta su bandera
es Santa Cruz de Tenerife, en la isla donde se venera a la última virgen negra,
la Candelaria, Candelera para los asturianos. Este hecho, junto con la
consideración de que Canarias sería la puerta de América, abre ya un capítulo legendario
entre los muchos que rodean la historia de los templarios.
A.F.: ¿Qué sucede cuando
la Orden del Temple es disuelta y sus dirigentes condenados a muerte? ¿Continúa
su presencia en Portugal?
D.M.R.: El proceso contra
los templarios dura años. El rey de Francia, Felipe IV el Hermoso, está
endeudado hasta las cejas con ellos y, según cálculos recientes, no hubiera
saldado su deuda ni entregándoles todo el reino, y comienza a pergeñar una
solución drástica. Pero la iglesia se resiste a condenar a la orden y aquello
se prolonga, como decía, durante años, hasta el pontificado de Clemente V, un
papa francés que reside en Aviñón y no en Roma, quien cede a las pretensiones
del rey. En 1312 la orden queda disuelta, sus miembros excomulgados y sus
oficiales son ejecutados por decenas. Casi todo el mundo sabe de la muerte en
la hoguera del último gran maestre en la isla del Sena, de su maldición contra
la corona francesa y contra el papado y, por ende, toda esa amalgama de
episodios históricos y relatos legendarios, tan reflejada en el cine y en la
literatura. El caso es que los reyes y señores de toda Europa, dependientes o
aliados de Francia, aceptan la decisión, salvo en Escocia, en Castilla y en
Portugal. En estos tres reinos aceptan la versión de los templarios, los
consideran inocentes de los delitos que se les imputa y les permiten libre
actividad, conservando sus propiedades y su milicia. Pero los templarios, al
poco tiempo, sin contar ya con una gran maestría única, se reconvierten de
forma diferente en cada reino. En Escocia tal parece que se esfuman sin dejar
rastro y se cuenta, de nuevo aquí se mezclan trazos históricos con leyendas
varias, que se unen a las logias de constructores, lo que daría origen tiempo
después a la francmasonería. En Castilla se integran en las nuevas órdenes de
Santiago, Calatrava y Alcántara. Pero en Portugal lo que hacen es modificar su
regla y cambiarse de nombre, de forma que, siendo lo mismo, pasan a llamarse
Orden de Cristo.
M.A.: ¿Eran de la orden
de san Benito?
D.M.R.: Los templarios se
rigen por la regla de Bernardo de Claraval. Son cistercienses pero con
preceptos mucho más duros por tratarse de una orden monástica pero también
militar. De hecho, es el propio san Bernardo quien redacta la regla como de una
nueva milicia. Lo que hacen ahora en
Portugal es aligerarla y relajarla un tanto. A la vez, comienzan a aparecer lo
que podríamos llamar subórdenes,
capítulos paralelos, con menor rigor interno pero con los mismos objetivos del
viejo Temple, y una de ellas es la Orden de Avis. Unos años después Portugal
entra en un período de gran inestabilidad, hasta el punto de no tener quien
ciña la corona. Juan I de Castilla, aprovechando esa
circunstancia y su larga paz con los moros, reclama la corona de Portugal,
aduciendo los derechos de su mujer. Las cortes portuguesas, reunidas en
Coimbra, reaccionan eligiendo como rey al gran maestre de la Orden de Avis, el
que sería Juan I, y los castellanos invaden Portugal en junio de 1385. En
Aljubarrota un ejército portugués, apoyado por arqueros ingleses, muy inferior
en potencia, derrota al ejército castellano, que estaba apoyado por caballería
francesa. De esta forma, Portugal se consolida definitivamente como reino, bajo
la dinastía de Avis, es decir, de una orden hija de la Orden de Cristo y
heredera directa del Temple. Por lo tanto vemos que hay una relación muy
directa entre la independencia de Portugal y los templarios, que viene ya desde
1127, de los tiempos de Teresa de León. Y eso nos remite a otro de esos episodios
que son mezcla de historia y leyenda: la sangre de Isabel la Católica es mezcla
de las dinastías de Trastamara, de Avis y de Lancaster, siendo la reina que se
lanza a la aventura americana. Pues bien, en las velas de sus naves no lleva su
blasón, sino la cruz templaria. Y, por si fuera poco, a principios del siglo
XVI, el gran maestre de la Orden de Cristo no es otro que Diego Colón, el hijo
de Cristóbal Colón.
A.F.: De modo que
llevaron ese símbolo a recorrer el mundo, a descubrir lo que para ellos era un nuevo mundo.
D.M.R.: Aquí de nuevo
se mezclan realidades y leyendas. Hay quien afirma, no sólo aficionados al misterio
y a las grandes conspiraciones, que los templarios habían llegado a América y
que, por eso, los habitantes de aquellas tierras reconocieron el símbolo de
gentes amigas, por lo que no mostraron hostilidad, al menos al principio. Datos
indirectos permiten plantear la hipótesis, pero incluso Luisa Álvarez de
Toledo, duquesa de Medina-Sidonia, la que llamaban “la duquesa roja”, feminista
y de izquierdas, y de profesión historiadora, afirmó que en los archivos de su
casa, un título anterior en medio siglo a la conquista de Granada y al
descubrimiento, hay documentos que sostendrían esta tesis. Recuerdo que en
1992, cuando los fastos del quinto centenario, muchos historiadores la tildaron
de loca y de querer hundir la epopeya hispanocolombina. Pero lo cierto es que
ninguno aceptó su invitación a ver los documentos. No obstante, yo me quedo con
la historia, dejando a un lado esas hipótesis, pero no puedo olvidar que
existen y que hay investigaciones que apuntan en esa dirección. A más no me
atrevo.
M.A.: En este paseo
por la historia de Portugal, como dice bien, con algo de mezcla con leyendas
más o menos con base real, vamos a saltar a épocas más recientes. Le quiero
hacer una pregunta muy concreta y directa: ¿es Portugal un país de masones?
D.M.R.: En cierto
modo, sí. No es, evidentemente, comparable a Inglaterra o a Estados Unidos. No
podemos comparar a Portugal con Inglaterra, donde está el origen de la
masonería moderna, ni con Estados Unidos, que es el gran crisol de esta,
digamos, nueva orden. Estados Unidos
es un país construido por masones y conforme al ideario de la francmasonería.
Es, como reza su gran sello, un nuevo orden secular bajo el delta del gran
arquitecto del universo. Su constitución, sus usos primigenios, toda su
parafernalia civil y militar, todo prácticamente se basa en principios
masónicos. Casi todos los firmantes de la constitución eran masones y lo eran
todos los de la anterior Declaración de Derechos de Virginia. Portugal, para
ser un país entonces con unas clases cultas muy reducidas y con una población
católica en su práctica totalidad, aunque con una minoría judía muy importante,
tiene una notable impronta masónica en el siglo XVIII. ¿De dónde viene esa
presencia en un país católico y, por tanto, con un pueblo, si no antimasónico
sí poco filomasónico? Pues procede de lo que la herencia de las órdenes
militares medievales habían dejado. La masonería moderna bebe de muchas fuentes
y una de gran importancia es la Orden del Temple, especialmente para la rama
que sigue el esoterismo cristiano, a la que pertenece, por ejemplo, Pessoa. Y,
claro, la herencia del Temple, de la Orden de Cristo y de Avis es muy potente
en Portugal. No olvidemos que la Orden de Avis está vinculada a la corona, como
la francmasonería inglesa lo está también. Estamos ya en la Europa de las
naciones modernas, no en la Europa medieval. En ese sentido, sí encontramos
paralelismos entre Portugal e Inglaterra, aunque en Portugal no se llegó al
extremo de que el rey fuera el gran maestre de la masonería, como sí lo es
hasta el presente en el caso de la Gran Logia Unida de Inglaterra. Si a eso
añadimos la gran influencia que Inglaterra tiene en esos años en Portugal, nos
explicamos bastante bien las cosas. Y eso va a reflejarse en la formación del
Portugal moderno, muy vinculado a la figura del marqués de Pombal, un masón del
rito escocés.
M.A.: El marqués de
Pombal, otra de las figuras interesantes en la tierra lusa y también fuera de
ella.
D.M.R.: Cuando la
gente de fuera visita Lisboa para pasar un par de días, lo normal es andar por
la superficie. Casi nadie utiliza el metro porque el centro es relativamente
pequeño y en un día se anda desde el Barrio Alto hasta Alfama, con parada para
comer y después para cenar. Pero yo invitaría a quien no lo conozca a bajar a
la estación de Pombal, donde está la enorme estatua del marqués, al final de la
avenida Liberdade, en pleno ensanche burgués del XIX. Los pasillos están
decorados con esa cerámica azul y blanca tan típica y recogen imágenes de la
Lisboa de Pombal, incluyendo toda suerte de simbología y ceremonias masónicas.
A la vista de todo el mundo están todos los ritos, con algunas escenas que, al
menos teóricamente, deberían ser secretas. Es algo único en el mundo. Es muy
interesante, primero por lo extraño y segundo porque es una delicia artística.
El marqués de Pombal es una figura central de la ilustración portuguesa, de la
época del despotismo ilustrado. Es un hombre que vivió 83 años, 27 de los
cuales fue primer ministro, entre 1750 y 1777, el tiempo de la transformación
de Europa, de las revoluciones, de la antesala de la era napoleónica. Es la
Europa del fin del antiguo régimen, la de la paz perpetua de Kant. Pombal
aplica el ideario masónico a rajatabla, aunque no es tan demócrata como enseñaban
los manuales de la orden ni como lo eran en el día a día sus hermanos de Francia, Inglaterra o
Estados Unidos. Modernizó las estructuras económicas, abriendo las fronteras al
comercio. La reforma económica de Pombal es tan revolucionaria que inspira a
David Ricardo, el padre de la
macroeconomía clásica y el abuelo de
la teoría marxista de la plusvalía, en la formulación de su teoría del comercio
internacional. Ligó Portugal a los países atlánticos del norte, principalmente
a Inglaterra. Él se dio cuenta de que América era un continente perdido para
Portugal y que bastante tenía con dominar Brasil y mantener el Tratado de
Tordesillas frente a una España mucho más poderosa militarmente. Shakespeare
hablaba de “ser tan poderoso como el rey de España y tan rico como el rey de
Portugal”, en una sabia distinción entre poder y riqueza. Pero también traba
relaciones con los escandinavos y con los alemanes. De esa época nos viene la
tradición gastronómica del bacalao de Portugal, porque sus pescadores faenaban
con noruegos y daneses en Groenlandia y en Terra Nova. Todo en la historia
tiene su porqué. También Pombal llevó a cabo profundas reformas sociales,
suprimió las normas discriminatorias que sufrían los cristianos nuevos, con lo que contó con el apoyo de los judíos,
teniendo a algunos de ellos como colaboradores en las finanzas y en las
reformas legislativas. También entró a saco en la reforma de la universidad,
incautándose de los centros católicos, jesuíticos especialmente, y colocando a
la Universidad de Coimbra a la altura de las mejores de Europa, como podían ser
Salamanca, Oxford, Bolonia o la Sorbona. Fue particularmente beligerante contra
los jesuitas, acabando con la disolución de la orden y con la incautación de
sus bienes, que pasaron al estado, y, al final, expulsándolos de Portugal. Para
ello se valió del cuarto voto que tienen los jesuitas, el de obediencia
especial al papa, argumentando que eso significaba que eran leales súbditos de
un estado extranjero, el Vaticano, y, por tanto, una fuerza de dudosa lealtad a
Portugal. Ese es el argumento que también emplearía en esos mismos años Carlos
III de España y mucho después la segunda república española. En toda esta
política Pombal sigue las líneas de todos los ilustrados europeos, masones
muchos de ellos, que no todos. Pero es muy sibilino cuando, en vez de disolver
la inquisición, la pone a su servicio. El marqués manejó a su antojo al Santo
Oficio, engañando al papa sistemáticamente y burlando y humillando a los obispos
siempre que podía. Hasta tal punto fue hábil y taimado que acabó consiguiendo
que la inquisición llevara a la hoguera por hereje al general de los jesuitas
portugueses, Malagrida. Una de las pequeñas joyas que tengo en mi biblioteca
es, precisamente, la biografía y el proceso de Malagrida, publicado en Madrid
por Butiñá en 1886.
A.F.: Es muy
interesante lo que el profesor Rivas nos cuenta de cómo manejaba el poder el
marqués de Pombal, seguramente poco conocido fuera de Portugal por eso, por el
simple hecho de ser de Portugal, un país pobre y periférico.
D.M.R.: Recordemos a
Shakespeare. Portugal tal vez no podía competir con Inglaterra o con España,
tampoco con Francia, pero no era un estado pobre. Pobres eran los portugueses.
M.A.: Vayamos a un
tiempo más cercano. ¿En qué paró esa herencia templaria y masónica durante la
dictadura de Salazar?
D.M.R.: La imagen del
Temple, de los de Cristo y de Avis fue muy bien tratada. Todo el mundo se
entusiasma con las órdenes militares y los fascistas muy particularmente, haciendo
una lectura pro domo sua. De todas
formas, Salazar no es un mitómano como Hitler o Mussolini, ni un monaguillo con
ínfulas como Franco. Nunca se le hubiera ocurrido a Salazar la idea de ser
retratado como caballero del grial, césar romano o caudillo medieval, como
hicieron los otros tres. Por lo que respecta a la masonería, aunque no le tenía
ninguna simpatía, no la ilegalizó al estilo franquista. Prefirió aplicar a los
masones las leyes generales de la dictadura y no unas específicas. En el fondo
estaba la figura de Pombal, con quien el estado
novo quería identificarse. Es una historia similar a la de Cuba: es el
único régimen comunista que no ilegalizó a la masonería. ¿Por qué?: porque los
grandes hombres de la independencia, empezando por Martí, eran masones, y
Castro se identificaba con ellos. Eso sí, tanto en Portugal como en Cuba, la
orden estaba muy vigilada.
A.F.: Nos habló antes,
como si tal cosa, de Pessoa.
D.M.R.: En 1935, ya en
tiempos de la dictadura fascista, un diputado, José Cabral, lleva a la Asamblea
Nacional un proyecto de ley sobre sociedades
secretas, un eufemismo para hablar de la masonería. Eso es prueba de que la
orden del compás estaba activa y era legal. Pessoa escribe varios artículos en
defensa de la francmasonería en el Diario
de Lisboa. Dice, al empezar el primero, que “no pertenezco a ninguna orden
iniciática”. Todos los estudiosos dicen que miente y que trata de aparentar
neutralidad en el debate. De hecho, el calificativo de iniciática es muy revelador. Lo normal hubiera sido utilizar
palabras como secreta, oculta, sectaria…
Pero, leyendo el texto, que yo tuve ocasión de adquirirlo en una librería de
viejo de Lisboa hace cuatro o cinco años, un librito del mismo 1935 en el que
se recopilan los artículos y que lleva en la tapa y en la contratapa símbolos
masónicos, no queda sitio para la menor duda. Pessoa se reclama como cristiano
gnóstico, fiel a la tradición secreta del cristianismo, a la kábala y a la
masonería oculta. Lo dice textualmente, no es una interpretación mía. Sus
referencias literarias nos remiten directamente al rito escocés rectificado. Y,
además, acaba con un poema que, entonces, sólo un gran conocedor comprendería.
Se trata, sin duda alguna, del ritual del grado 30 del rito escocés antiguo y
aceptado, equivalente al de maestro inglés del arco real, que también es
conocido como de venganza, en el que
el aspirante hace suya la maldición lanzada por Jacques de Molay, el último
gran maestre del Temple, desde la hoguera. Acaba Pessoa diciendo, “neófito, nâo
hà morte”. Nada es casual, amigo Fonseca.
A.F.: David Rivas,
amigo del programa, con quien hemos compartido unos minutos recorriendo la
historia de Portugal, esta vez con componentes de intriga y poder. Muchas
gracias, profesor.
D.M.R.: Muchas gracias
y buenas tardes, amigos Fonseca y Álvarez.