El simbolismo de una democracia
La salida del Reino Unido
de la Unión Europea, el brexit, no
sólo es una desgracia política y económica para todos, sin duda que mayor para
el propio Reino Unido, sino que nos priva a los europeos de contar en la Unión
con la democracia más vieja y simbólica del mundo. No es de extrañar que sus
usos y sus hábitos, extravagantes a veces, sean admirados por millones de
personas de fuera y de dentro del Reino Unido y no precisamente monárquicos
porque, en el fondo, la liturgia, los ritos, los símbolos, nos llevan a lo más
profundo de nuestra condición, a la vez que nos elevan a la comunicación con el
cosmos. Sólo las pompas y la simbología de la iglesia católica, el estado
Vaticano, se pueden comparar a las del Reino Unido.
Todas las monarquías
constitucionales o parlamentarias mantienen la división de poderes de la
ilustración, el legislativo, el ejecutivo y el judicial, quedando el rey como
símbolo de continuidad, con auctoritas
pero sin potestas, como también
sucede en algunas repúblicas como, por ejemplo, la federal alemana. No sucede
eso en el Reino Unido, donde el rey, la reina actualmente, es integrante del
parlamento, junto a las cámaras de los lores y de los comunes, siendo prerrogativa
del monarca convocarlo, prorrogarlo y disolverlo. Todas las leyes comienzan con
estas palabras: “sea promulgado la majestad más excelente del rey, por y con el
consejo y consentimiento de los señores espiritual y temporal, y comunes, en
este parlamento reunido de forma presente, y por la autoridad que le ocupa,
como sigue…".
La coronación es una de las ceremonias con mayor simbolismo de
cuantas existen en el mundo actual. Sobre la cabeza del monarca reposan las
cinco dinastías británicas: el rubí del Príncipe Negro de la casa de
Plantagenet, el zafiro de la casa de Estuardo, el zafiro de san Eduardo, de la
casa de Wessex, las perlas de la casa de Tudor, el diamante de la casa de
Sajonia, las perlas de la casa de Hannover y las esmeraldas de la casa de
Windsor. Curiosa es la historia del rubí de los Plantagenet, en realidad una
espinela pulida. Era una de las piezas más extraordinarias del tesoro de los
reyes nazaríes de Granada. Botín de las tropas castellanas tras la batalla de
Nájera, Pedro I se la regaló a Eduardo Woodstock de Plantagenet, llamado Príncipe Negro por el color de su
armadura, como agradecimiento a la contribución inglesa a la victoria.
También en la coronación el monarca sostiene en su mano derecha
el cetro de la cruz, representación de la victoria sobre la muerte, y en la
izquierda el cetro de la paloma, símbolo del espíritu santo, de la iluminación.
También lleva el nuevo soberano la espada del ofrecimiento, que lleva el cardo
de Escocia, el trébol de Irlanda, el narciso de Gales y la rosa de Inglaterra.
Frente a él, o ella, el lord gran chambelán exhibe la espada del estado,
símbolo del poder, y a su lado reposan la espada de la justicia espiritual, la
espada de la justicia temporal y la espada de la misericordia. La espada era un
símbolo sagrado ya en la cultura megalítica y desde la edad media cristiana
representa el espíritu y la palabra de Dios. No es casualidad que palabra en inglés sea word y espada sea sword.
La Cámara de los Comunes,
en Westminster desde el siglo XIV, es pequeña, sólo tiene 427 asientos para sus
650 miembros. En las grandes ocasiones muchos diputados tienen que quedarse de
pie e, incluso, otros en los pasillos adyacentes. La cámara, inspirada en una
capilla del gótico rural y por eso rectangular y no hemicíclica, está pensada
para que sea incómoda, para que los comunes no se relajen y que, salvo en situaciones
extremas, no puedan dormirse. Los bancos, corridos, están tapizados en verde,
el color del despertar, regido por Venus, fusión del azul de la materia
primordial y del amarillo de la luz del espíritu, lo que remite a la esperanza,
a la paz y al equilibrio. En la Cámara de los Lores los sitiales son rojos, el
color de la pasión y de la guerra, también de la espada flamígera y de la rosa
alquímica, el color de la sangre que muestra la igualdad entre todos los
hombres, regido por Marte. En el pensamiento tradicional el verde representa la
ciencia, fusión del azul de la razón y el amarillo de la iluminación, muy
propio de la masonería inglesa moderna. El rojo, por su parte, es el color del
conocimiento oculto, el color de los altos grados de la masonería escocesa
antigua.
En la Cámara de los
Comunes la verticalidad de los respaldos obliga a una postura rígida, conforme
a lo que el antiguo simbolismo conoce como posición
faraónica. No tienen los diputados atril para escribir ni, mucho menos,
para colocar artilugios electrónicos. Todo lo tienen que llevar en las manos o
colocarlo sobre las piernas. Sólo cuentan con unos cajetines que, en su día,
fueron regalados por Nueva Zelanda.
Cada día el sargento de
armas lleva a la sala el mazo de ocho kilos de plata, símbolo del poder real.
Si no está el mazo no se puede celebrar la sesión, porque representa la firmeza
y la continuidad. Todo se hace en nombre del rey, en estos tiempos de la reina.
Pero la reina no puede entrar al recinto porque está vedado a la corona desde
que en 1642 Carlos I entró para arrestar a cinco diputados. Sí puede, en cambio,
la reina entrar en la Cámara de los Lores porque éstos no representan al
pueblo, sino a la historia. La reina, el rey, es libre entre los lores, pero es
servidor ante los comunes. Al lado del mazo está la Biblia, el libro sobre el que juran los parlamentarios.
Actualmente, dado que la composición del legislativo es muy heterogénea, se
discute sobre su retirada o sobre la inclusión de otros libros sagrados. El
debate, poco conocido públicamente, como parece lógico, es muy interesante. Los
juramentos son breves y concisos: “sí, juro” o “sí, prometo”, lejos de las
florituras vacuas de democracias inmaduras y de parlamentos de feria.
Tras el sargento de armas
entra el speaker, el presidente de la
cámara, elegido por sus pares. Tiene como principal característica la
imparcialidad y no vota. Reside en el mismo palacio de Westminster como señal
de que sólo se debe al parlamento. Su sitial es regalo que en el siglo XIX hizo
Australia. En la parte trasera de su asiento está la bolsa de peticiones, en la
que los parlamentarios pueden depositar propuestas singulares, conforme a una
tradición de la antigua masonería escocesa.
A la derecha del speaker se sienta el gobierno y a la
izquierda la oposición, separadas ambas bancadas por 3,96 metros, que es la
suma de la longitud de dos espadas de la caballería altomedieval, mil pulgadas
de hoja más cruz, guarda y empuñadura. Con ello se pretende representar que el
duelo a sangre se ha sustituido por el duelo de las palabras.
Al lado del speaker se encuentran los clerk, los secretarios, altos
funcionarios que velan por el cumplimiento de unas normas que muchas no están
escritas, también siguiendo la tradición de los oradores de la francmasonería.
Su cargo, que data de 1315, es vitalicio, aunque pueden renunciar a él, y
visten túnicas de seda, la reina de las fibras, representación de la grandeza.
Bajo la túnica llevan camisa de cuello de ala con pajarita. En 2017 dejaron de
usar peluca, no sin polémica.
Modernos sin saberlo, los
comunes prohibieron fumar en la sala en el siglo XVII. Tampoco pueden los
miembros del parlamento meterse las manos en los bolsillos, reflejando con ello
que no van armados. Tampoco pueden ostentar medallas, emblemas ni
condecoraciones, como señal de que representan a sus electores y no a ningún
partido, corporación, orden, hermandad o iglesia. No les está permitido hacer
visibles banderas ni escudos, ni siquiera los de los cuatro reinos que
conforman la unión británica y tampoco la misma bandera común. Evidentemente,
no se permiten camisetas con eslóganes ni cosas atrabiliarias de este tenor,
tan propias de asambleas de chirigota de otras latitudes.
Aún hay más cuestiones llamativas
en ese reino de Albión. Si miramos la moneda de una libra leeremos “Elizabeth
II D G REG F D”. ¿Qué significa?: Isabel II reina por la gracia de Dios, defensora
de la fe. Cuando los reyes británicos son coronados
sostienen en un momento dado el orbe del soberano, una esfera de oro hueca
adornada con bandas de piedras preciosas que decoran su ecuador y su
semimeridiano, el mismo orbe que sostiene uno de los iconos más importantes de
Europa: el Cristo en majestad de la catedral de Oviedo. El orbe se encuentra
rematado con una cruz de joyas que simboliza el papel del monarca como fidei
defensor.
¡Qué curioso y qué
paradójico! En años muy complejos, tres soberanos gobernaban Europa: Enrique
VIII de Inglaterra, Francisco I de Francia y Carlos I de España y V de
Alemania. Frente a ellos, Solimán el Magnífico, el otomano que amenazaba a la
dividida cristiandad, en pleno cisma. La iglesia había dado el título de católica majestad al rey de España y el
de cristianísima majestad al de
Francia. Enrique VIII no quería ser menos y escribió, de su puño y letra, un
manifiesto en 1521: Assertio septem
sacramentorum. En él hace un alegato contra Lutero tan brutal que León X le
otorga el título de fidei defensor.
Era un título personal pero el parlamento de Westminster lo declaró título
perpetuo de la corona. Y hoy Isabel II, cabeza de la iglesia anglicana por
rebeldía de Enrique VIII ante Roma, sigue siendo, lo dice la moneda de libra,
defensora de una fe y de una iglesia a las que no reconoce.
Así es este socio que se marcha de la Unión Europea, entrando en una espiral que no podrá controlar y dejándonos con problemas socioeconómicos y huérfanos de una vieja tradición, a la vez litúrgica y democrática, lo mejor que Inglaterra diera al mundo.