La huella del arc angelos



Este año han organizado en Lerma la vigésimocuarta edición de Las edades del hombre, una extraodinaria obra cultural de Castilla y León en la que, con un tema central, reúnen lo mejor del arte de las dos comunidades. Acudí a bastantes de las convocatorias, no a todas, y siempre quedé gratamente impresionado. Este año, bajo el título de Angeli, se dedica, como parece evidente, a los ángeles. Se trata de una exposición pequeña pero muy cuidada. Los ángeles, en la tradición bíblica y particularmente en la cristiana, aunque se trata de figuras anteriores, procedentes de las religiones orientales, son seres espirituales. La visita comienza en la ermita de la Piedad, con un video tal vez demasiado naif y que apela directamente a la fe. Desde un principio se ve que esta exposición de Lerma, como la de Cuéllar de hace dos años sobre la eucaristía, es muy religiosa, poco profana, por lo que no es fácil de seguir si no se conocen bien los fundamentos de las tres religiones del libro, especialmente la cristiana. Afortunadamente, yo tengo ese conocimiento. De la ermita pasamos a la iglesia de San Pedro, donde está el grueso de la exposición, para acabar en el monasterio de la Ascensión. El paquete de visita se complementa con visitas al resto de Lerma, el palacio ducal básicamente, a Covarrubias (villa medieval conservada extraordinariamente y donde reposa Fernán González, conde de Castilla) y al monasterio de Silos, con su ciprés del poema de Gerardo Diego, “enhiesto surtidor de sombra y sueño/que acongojas el cielo con tu lanza”.

 

Los ángeles no tienen sexo, aunque todos son representados icónicamente como varones. De hecho, cuando los turcos atacaban Constantinopla, los teólogos cristianos discutían sobre eso. La ciudad cayó en manos otomanas. De ahí nos llegó la frase de “discutir sobre el sexo de los ángeles”: discutir sobre cosas absurdas mientras tu ciudad está siendo conquistada. Pero, tal vez para compensar, muchos ángeles son representados con rasgos evidentemente afeminados.

Los ángeles son los embajadores de Dios y son muy anteriores al cristianismo e incluso al judaísmo. Están presentes en el Génesis, concretamente en el episodio de la creación y de la historia del pecado en el jardín de Edén, un relato naturalista muy anterior al judaísmo y presente en tradiciones mesopotámicas e indostaníes de gran antigüedad. La misma palabra evangelio viene del griego eu angelos, buena noticia.

En el siglo VI uno de los padres de la iglesia, Dionisio Areopagita, clasificó a estos seres en tres niveles jerárquicos. Arriba, al lado de Dios, estarían los serafines, los querubines y los tronos, y un poco más abajo las denominaciones, las virtudes y las potestades. Pero los más cercanos a los seres humanos, los que inciden en sus vidas, son los principados, los arcángeles y los ángeles. Tienen una gran cercanía al hombre porque éste, frente al resto de los seres vivos, que sólo son materia, son a la vez materia y espíritu. Es más, hay un ángel que custodia a cada persona, el ángel de la guarda. Esta tradición estuvo siempre muy viva porque se solapó con el espíritu protector familiar de las religiones panteístas, particularmente de las propias de los pueblos celtas y, en general, del paganismo atlántico. El abuelo que protege, venerado en la noche de los muertos, en el samain, pasó sin problemas al ángel de la guarda. La oración que todos los educados en el cristianismo conocemos, “angel de la guarda, dulce compañía…” es prácticamente igual que la que aparece en sagas nórdicas.

Lo cierto es que la exposición de Lerma, por más que se titule Ángeles, trata más de los arcángeles, los que decidieron seguir con Dios frente al desafío de Lucifer. Por eso son los santos ángeles.  Arcángel proviene del grieco arc, que significa principal, y que es prefijo de mensajero. Escribe al respecto Gregorio el Magno: “Hay que saber que el nombre de ángel designa la función, no el ser del que lo lleva. En efecto, aquellos santos espíritus de la patria celestial son siempre espíritus, pero no siempre pueden ser llamados ángeles, ya que sólamente lo son cuando ejercen su oficio de mensajeros. Los que transmiten mensajes de menor importancia se llaman ángeles, los que anuncian cosas de gran trascendencia se llaman arcángeles”.
La tradición nos habla de siete arcángeles: Miguel, Rafael, Gabriel, Uriel, Baraquiel, Saeltiel y Jehudiel. Pero en la Biblia canónica, la judeocristiana, sólo nos encontramos con los tres primeros. Los otros cuatro aparecen en el libro de Enoc y en el cuarto libro de Esdras, libros muy importantes en la tradición de la francmasonería y en algunos textos rabínicos. Pero Juan, el evangelista gnóstico, escribe en su Apocalipsis, el libro de la revelación, “vi a los siete arcángeles, estaban delante de Dios y llevaban siete trompetas”.
El nombre de Gabriel significa fortaleza de Dios y es un anunciador. Así aparece en el libro de Daniel con su profecía del carnero y de cómo hay que encarar el futuro. Y, evidentemente, mucho más conocida es su aparición a Zacarías anunciándole el nacimiento de su hijo Juan, el bautista, y sobre todo, anunciando a María que iba a concebir milagrosamente al hijo de Dios. Gabriel se representa siempre con una rama de lirios, la flor de lis que llegó a blasón de los merovingios, los carolingios y los reyes de Francia, seguramente por la tradición legendaria de que procedían de la estirpe de Jesús, del linaje de David.
El segundo arcángel admitido por el cristianismo es Rafael, cuyo nombre hebreo significa Dios sana. En la Biblia sólo aparece en la historia de Tobías, aunque muchas veces, presentándose como “uno de los siete ángeles que están delante de la gloria del Señor y tienen acceso a su presencia”. Rafael acompaña a Tobías en su viaje, el que termina con la boda con Sara, que era una mujer viuda varias veces. El demonio Asmodeo los había matado a todos. A Rafael lo representan con un pez porque fue con escamas de pez con lo que Tobías curó de la ceguera a su padre. Por otra parte, Asmodeo, en la iconografía cristiana, es el demonio encadenado por Bartolomé, el apóstol que fue despellejado, el que muda la piel como la culebra. También Asmodeo es el demonio que sostiene, encadenado, las pilas bautismales de las capillas templarias.
Pero si hay un protagonista central de la exposición de Lerma, es el arcángel Miguel. Miguel, San Miguel, es venerado en toda la alta edad media, con iglesias, capillas, ermitas, catedrales… Cientos de topónimos pueblan la Europa medieval y llegaron hasta nosotros. Es el arcángel de la guerra, el protector, el que defenderá a los hijos de los hombres frente al anticristo. A San Miguel se dedica, por ejemplo, la iglesia palatina de los reyes de Asturias, en la ladera del monte sagrado de Oviedo, capital de la primer dinastía europea que levantó la espada en defensa de lo que empezaba a llamarse cristiandad.
El nombre Miguel viene de mija-el, que significa en hebreo ¿quién como Dios? La vieja tradición nos dice que fue el grito de guerra de los ángeles que lucharon contra la rebelión de Lucifer. Miguel aparece en el libro de Daniel como un príncipe celestial. Pero su figura medieval, milenarista, nos llega desde el Apocalipsis, donde Juan escribe que es el capitán que derrota al demonio y lo arroja al abismo. Miguel pisa la cabeza del dragón, cosa que, llamativamente, comparte con María, la madre de Dios.
Hay una cosa muy curiosa en la iconografía del arcángel Miguel. Durante mucho tiempo se le representó con una espada en la mano derecha y con una balanza en la izquierda. Se entendía que era quien pesaba las almas en el juicio final, lo que nos remite a la vieja tradición, a la gran tradición, al mismísimo dios Anubis. En el concilio de Trento, en 1564, se prohibió volver a utilizar esa imaginería. Los jesuitas entendían, y ganaron la batalla, que sólo Dios pesaba las almas. Así lo redactaron: “se prohíben las representaciones o imágenes que puedan inducir a error o se fundamentan en creencias supersticiosas o apócrifas”. Pero, por suerte, el barroco de la América española ignoró tal mandato y las iglesias de Cuzco, de Lima, de Cajamarca, de Arequipa, de La Paz, de Cartagena… nos regalaron la vieja iconografía de Miguel-Anubis. Y unos cuantos cuadros y algunas esculturas llegaron a la metrópoli y están en Madrid, en Sevilla, en Valladolid… y en la exposición de Lerma.
Mereció la pena la visita a Lerma y pasar tres días por esas tierras regadas por el Arlanza.   

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