Los oscuros orígenes del rito escocés antiguo y aceptado de la masonería




Los orígenes del rito escocés antiguo y aceptado se esconden tras una maraña muy enrevesada de tradiciones y tendencias. Aunque el rito que hoy se practica, con determinadas variaciones más debidas a las distintas tradiciones culturales de cada país que a necesidades puramente ritualísticas, es el mismo que el que queda fijado a mediados del siglo XVIII, nunca dejó de existir una gran disputa en torno a su verdadera antigüedad, e incluso a lo apropiado de su denominación. ¿Es, de verdad, un rito que nos llega de las brumas medievales de Escocia? Para entrar en la materia, remontémonos a los años cuarenta del siglo XVII.

En 1639, Carlos I de Inglaterra, Irlanda y Escocia se encuentra envuelto en una guerra civil derivada, en su aspecto religioso, de la pretendida imposición en el reino de los más estrictos usos luteranos en la iglesia anglicana. Aunque, como en toda guerra civil, encontramos una tipología de intereses muy compleja, desde un punto de vista aproximativo y útil para nuestros fines podemos permitirnos el lujo de un cierto maniqueísmo. Así, de un lado luchan los tradicionalistas católicos, irlandeses y escoceses en su mayoría aunque también cuentan con ingleses y galeses. Del otro lo hacen los republicanos protestantes, ingleses en casi su totalidad, de base cultural anglosajona. Estamos hablando de naciones de origen céltico frente a las anglosajonas, normandas si apuramos. Los puritanos ingleses de Cronwell, defensores de la nueva orientación, derrotan al rey, el cual es entregado al parlamento, donde es juzgado y condenado a muerte. Carlos I es decapitado en Londres el año 1649. En este año, una gran número de escoceses que habían sido leales a su rey hasta el final toma el camino del exilio, asentándose, fundamentalmente, en Francia.

Una parte de estos escoceses, en su mayoría aristócratas y jefes de clan, fijaron su residencia en Saint Germain, sede de la corte francesa, en donde existían logias de masones operativos que aceptaban a soldados del Regimiento Irlandés, integrado en el ejército del rey de Francia. Poco se sabe sobre las relaciones entre los recién llegados y los constructores franceses de Saint Germain, pero son bastantes los autores que se inclinan hacia la posibilidad de que existieran tales relaciones, con lo que se produciría una lógica confluencia de usos y costumbres propios de cada uno de ambos grupos. De todos modos, conviene recordar que no se trataba de logias estables.

Ha de pasar más de medio siglo para que tengamos documentación precisa acerca de las actividades masónicas en Francia y estas noticias no se refieren a los masones escoceses sino a masones ingleses. Así, sabemos que entre 1725 y 1735 cobró gran importancia la presencia masónica inglesa en suelo francés. Pero también sabemos que los masones ingleses no habían sentido la necesidad de imprimir a sus trabajos un carácter particularmente filosófico. Fieles a sus tradiciones, creían que el hecho de animar o avivar las discusiones en el seno de las logias podía llegar a constituir un atentado contra el espíritu de la orden. Los masones ingleses siempre creyeron que lo único necesario era la práctica del ritual, por lo que en sus reuniones se limitaban a proceder escrupulosamente conforme a las formas ritualísticas.

Esta ocupación, excesivamente monótona y a veces árida, era compensada, conforme también a la tradición inglesa, por la celebración de una cena o ágape en la que los masones estaban exentos de guardar la etiqueta que utilizaban en sus trabajos a cubierto. Es por esta razón, para guardar cierta discreción, por la que las logias francesas celebraban sus reuniones en un rincón apartado de algún restaurante, en el que cenaban posteriormente. Esta costumbre de reunirse en tabernas era también de origen inglés, desde la misma fundación de la Gran Logia de Londres. Esta costumbre llevó a situaciones en extremo curiosas: algunos propietarios de establecimientos ingresaban en la masonería con el único fin de lograr o conservar a la logia como cliente habitual y los candidatos eran admitidos con tal de que pudieran hacer frente a los gastos de su iniciación y a los de cada cena, los de masticación, utilizando la jerga masónica de la época.

Bajo estas circunstancias la instrucción masónica se reducía a un conjunto de palabras, muchas de ellas grotescas, desprovistas de sentido iniciático. De otro lado, primaba entre los masones y, especialmente, en los candidatos al ingreso, una interesada conceptualización de la igualdad, ya que en las logias se juntaban villanos con grandes señores, de modo que aquéllos lograban de éstos todo un conjunto de prebendas en el mundo profano. De hecho, algunos autores consideran que el éxito de la incipiente burguesía en ciertos lugares se explica, al menos parcialmente, por los pactos suscritos con los nobles en el seno de las logias. Estas alianzas entre personas de tan distintas condiciones sociales, forjadas a cubierto de las miradas externas, alertaron a la policía, que comenzó a vigilar a los masones, y a la iglesia católica, que comenzó una campaña durísima contra lo que consideraba una coalición secreta contra el trono y el altar.

En el año 1737 es invitado por la logia Des Arts Sainte Margueritte o por la D’Amount (o por las dos conjuntamente) el caballero de Ramsay, de quien sólo sabemos que era escocés pero que en aquella ocasión es presentado como Gran Orador de la Orden. Ramsay pronuncia un discurso con motivo de la iniciación de un gran número de personas en dichas logias que tendría una enorme resonancia, más importante aún si consideramos los sistemas de comunicación de la época, y que llegaría a constituir uno de los más importantes hitos en la historia de la francmasonería.

El caballero de Ramsay, en su alocución a los recientemente iniciados, explicó una serie de antecedentes de la masonería según los cuales ésta habría estado originariamente muy influída por las órdenes religioso-militares que, en algún momento de su azarosa historia, se habían refugiado en las islas británicas y, particularmente, en Escocia. De hecho, Ramsay establecía un paralelismo entre los grados masónicos de aprendiz, compañero y maestro y los grados de novicio, profeso y perfecto. El discurso causó, según todos los historiadores de la masonería, una honda impresión y un profundo impacto entre los oyentes.

Es aquí donde nos enfrentamos a una laguna importante en la historia de la francmasonería. Desde la ejecución de Carlos I y la llegada de escoceses a Saint Germain, donde trabajaban varias logias de masones operativos, hasta mediados del siglo siguiente, sólo conocemos –y no del todo- la evolución de la masonería de tradición inglesa. Volvamos a la especulación acerca de la posibilidad –nada despreciable- de una confluencia en las logias operativas no estables de aquellos nobles escoceses exiliados, con sus propias tradiciones y, entonces, podemos preguntarnos si el discurso del caballero de Ramsay no estaría incluyendo extremos desconocidos para los masones ingleses residentes en Francia y para los franceses de usos masónicos ingleses. Desde luego, no podemos rechazar la hipótesis de que Ramsay planteara, ante un público ignorante de casi todo salvo del rito que practicaba, cuáles eran las tradiciones de la primitiva masonería escocesa.

De hecho, independientemente del grado de bondad que tenga el apelativo escocés para referirnos a estas tradiciones desconocidas para la mayoría de aquellos iniciados franceses, lo cierto es que la división de los masones en, cuando menos, dos líneas diferentes era patente desde el momento de la fundación de la Gran Logia de Londres en 1717. En ese momento, existían en el Reino Unido bastantes más logias que las cuatro que se unen, tanto operativas como especulativas, que practicaban diferentes ritos y se regían por distintos usos y costumbres. La constitución de la Gran Logia de Londres significó para algunas de estas logias una verdadera agresión, planteamiento que se reafirmó cuando se editan las Constituciones de Anderson en 1723. Los masones que integraban las logias que no aceptaron el texto de Anderson dieron en llamarse los antiguos, adjetivando a los reformados londinenses como los modernos.

Los ritos practicados por antiguos y modernos eran diferentes entre sí, pero carecemos de la documentación que nos permita conocer cuáles eran las diferencias explícitas. La ausencia de documentos es debida, de manera muy importante, a que los reformadores Anderson, Desaguiliers y duque de Montagu, después de estudiar e interpretar los viejos rituales y documentos de las logias (no dijeron de cuáles concretamente), quemaron todos los originales, aunque de aquellas hogueras escaparon el manuscrito Hailwood, más conocido como manuscrito Regius, y el manuscrito Cook, ambos de un evidente paralelismo y fuente directa de las Constituciones de 1723.

Por tanto, poco sabemos en torno a las diferencias entre masones antiguos y masones modernos, pero sí es conocido que uno de los rasgos distintivos de los antiguos es que practicaban un rito singular que llamaban Real Arco de Jerusalén, al que otorgaban la mayor importancia y consideraban de una innegable antigüedad y de una genuina tradición. Y de nuevo nos enfrentamos con la posibilidad de que el caballero de Ramsay –conocedor en este caso de viejos ritos que los escoceses llevan a Francia en 1649- se refiriera en su discurso a una tradición iniciática más antigua y genuina que la propia masonería operativa.

El impacto del discurso de Ramsay fue tal que, en poco tiempo, se consolidó un concepto masónico diferente al de las logias de tradición inglesa. No obstante, una heterogénea –y, a veces, truculenta- interpretación de los grados de la antigua caballería cristiana dio origen a un rito que fue retocado sucesivamente. Así, siguiendo las directrices de Ramsay, se comenzó a practicar un rito de tres grados con un añadido –permítaseme la expresión- de otros tres, para posteriormente añadírsele nueve más. La sucesión de añadidos y derivaciones, llevó a la constitución del actualmente denominado rito escocés primitivo, que contaba con venticinco grados.

En la vorágine de este movimiento directamente heredero del discurso de Ramsay, aparece en las logias francesas la figura del maestro escocés, que no parece tratarse de un grado específico, pero lo cierto es que quienes poseen tal título se aplican a la reforma de la orden, creando con ello un clima muy crítico en la masonería francesa, cuya gran logia ostentaba el título de Gran Logia Inglesa de Francia.

Años más tarde del discurso de Ramsay y de iniciarse el movimiento escocista en el seno de la masonería francesa, la situación política del Reino Unido vuelve a ser conflictiva: la casa de los Estuardo pugna por la sucesión al trono y, de nuevo, estalla la guerra entre Inglaterra y Escocia. Como en el siglo anterior, los escoceses son derrotados, perdiendo su país definitivamente la independencia, y, como en el siglo anterior, los jacobitas o partidarios del rey Jacobo, han de exiliarse en Francia. Los masones que se asilan en el continente buscaron refugio en las logias y toman partido por la reforma impulsada por los maestros escoceses. Ante esta situación, los masones franceses de tradición inglesa reaccionaron con rapidez y los maestros de las logias de París se hicieron declarar perpetuos e inamovibles en el cargo, por temor a que la Gran Logia de París diera audiencia a las alegaciones escocesas de que la suya era una tradición masónica más antigua, más excelente y más respetable.

Por tanto, esta concepción nueva-antigua de la masonería es de indudable origen francés, pues en vano se han buscado en Escocia antecedentes documentados. Pero el caballero de Ramsay había dado una visión tan exquisita y ventajosa de los ritos de su país natal que, con la mejor fe, los masones franceses creyeron localizar la esencia de la masonería en las brumosas tierras de una Escocia celosamente independiente de su tradición.

Del rito escocés primitivo nace el rito escocés antiguo y aceptado: un rito que se afirma escocés por su legendario origen, antiguo porque se decía heredero de los antiguos del Reino Unido y aceptado porque, siendo ya mayoría sus practicantes en la Gran Logia Inglesa de Francia, ésta no tuvo más remedio que aceptarlo.

Como vemos, los orígenes del rito escocés antiguo y aceptado son franceses pero, dadas las grandes lagunas existentes entre mediados del siglo XVII y mediados del siglo XVIII, cabe plantear la hipótesis de que los orígenes míticos del rito contengan algo más de unas gotas de verdad histórica.

En primer lugar, el entusiasmo que los jacobitas pusieron en forzar la reforma en la Francia del XVIII no podía ser debido, exclusivamente, a que sus impulsores se denominaran escoceses porque eran de nacionalidad francesa, la misma nacionalidad que tenían los masones de tradición inglesa. Es decir, no cabe interpretar en clave nacionalista la posición adoptada por los exiliados, dado que las dos corrientes enfrentadas estaban constituídas por franceses y, por tanto, aliados de los escoceses frente a los ingleses. Cabe la posibilidad –ya reseñada- de que los exiliados se encontraran con una tradición que les era familiar, la que los anteriores exiliados de 1649 habrían introducido en las logias operativas de Saint Germain.

En segundo lugar, sabemos a través de la simbología arquitectónica medieval que las cofradías de constructores poseían un conocimiento iniciático que ellos mismos remontaban al templo de Salomón e incluso más allá en el tiempo, siendo, por tanto, herederos de una antigua tradición, la llamada gran tradición. Y también es conocida la presencia hasta bien entrado el siglo XVII de los últimos de aquellos constructores en Escocia y en el norte de Inglaterra.

En tercer lugar, las cuatro logias constituyentes de la Gran Logia de Londres estaban compuestas en su mayor parte por masones aceptados, por lo que cabe preguntarse el porqué de la reticencia de los constructores –que también aceptaban iniciados ajenos al oficio- hacia la nueva institución y, posteriormente, hacia las Constituciones de Anderson.

En cuarto lugar, los escoceses nunca habían aceptado de buen grado la dominación inglesa y, aparte de la marginación a la que eran sometidos por los ocupantes, siempre mantuvieron clandestinamente sus secretos y tradiciones, herencia de una iglesia celta de inspiración druídica enfrentada tanto al dogma romano como a la reforma protestante.

Y, en quinto lugar, queda el misterio que envuelve al caballero de Ramsay, de quien ni siquiera sabemos a qué logia pertenecía y de quien sólo conocemos su título de Gran Orador, cargo que nunca existió en la masonería de tradición inglesa. Pero el orador sí que existe en la iglesia cristiana primitiva escocesa. También ese cargo lo encontramos en los siglos VIII y IX entre los cristianos asturianos, francos y occitanos. Bien podía ser Ramsay un gran orador de una de aquellas logias que adoptaron los usos y costumbres de Escocia.

Si unimos todos estos elementos, bien pudiera ser –y creo que tiene todos los visos de serlo- que el apelativo escocés para este rito nacido en Francia sea una denominación históricamente correcta, por más que por ello no deje de aceptarse su componente mítico, un componente que se encuentra más enraizado en algunas partes de la leyenda de los templarios refugiados en Escocia tras la persecución de Felipe IV de Francia y del papa Clemente V a principios del siglo XIV.

Dando un salto en el tiempo, nos situamos en el año 1804. Es entonces cuando el conde de Grasse-Tily regresa a Francia desde los Estados Unidos y comunica a las autoridades del Gran Oriente de Francia la intención del recientemente fundado Supremo Consejo del Grado 33 y Último del Rito Escocés Antiguo y Aceptado de Charleston de instalarse en Francia. Pero en este país –lo mismo que en los demás países europeos- no existía ningún masón de grado superior al venticinco, pues regía la escalera del rito escocés primitivo. Los ocho grados que faltaban para poder contar en Francia con maestros con el último grado, y poder, de este modo, fundar un supremo consejo, se van a otorgar bajo los auspicios del de Charleston.

Un año después, en 1805, el rito escocés antiguo y aceptado se institucionaliza en la masonería italiana –estamos en una Italia aún no unificada- con la creación del Supremo Consejo de Milán, consagrado bajo los auspicios del Supremo Consejo de Charleston y actuando como principal consagrante el conde de Grasse-Tily. Algo más tarde, en 1811, se crea el Gran Consejo de España y en 1812 el Gran Consejo de Bélgica que, al igual que el de Milán, son consagrado por el propio conde de Grasse-Tily y bajo patente de Charleston.

A la luz de estos hechos probados y claramente documentados –aquí no queda sitio para la especulación como sucede con los orígenes del rito-, se desvanece la leyenda tejida por algunos escritores masones que atribuyen a Federico de Prusia la creación de la escalera filosófica escocesa y la institución del supremo consejo. Como se aprecia con claridad, no hay en los rituales huella ninguna de impronta alemana sino que son de clara raiz céltico-latina, mientras que su institucionalización es francesa en origen para pasar a modificarse y consolidarse en Norteamérica.

Ahora bien, el error de atribuir al emperador prusiano tal paternidad puede tener una fácil explicación. En Alemania y en tiempos de Federico, protector de Voltaire y de otros masones y él mismo miembro de la orden posteriormente, se articularon oficialmente los principios del escocismo. Eso sucedió en 1786, cuando se promulgaron en Berlín las Grandes Constituciones del Grado 33. No obstante, hay que recordar que tales constituciones no eran sino una reformulación de los Reglamentos y Constituciones acordados por los Príncipes del Real Secreto en 1762, reunidos a la sazón en la ciudad de Burdeos.

Para terminar esta brevísima aproximación a esta apasionante historia, sólo queda añadir que el texto actualmente vigente sobre los principios y fundamentos del rito escocés antiguo y aceptado fue aprobado por la Convención Universal de los Supremos Consejos, reunida en Lausana entre el 5 y el 22 de septiembre de 1875.

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