Reflexiones en Estrasburgo
Desde el
balcón de mi habitación, flanqueado por dos cariátides clasicistas, en el
tercer piso de un edificio decimonónico perteneciente a la universidad,
contemplo, bajo un cielo gris plomizo, la ciudad. A la derecha, donde el río se
divide en dos brazos, se levanta el templo de San Pablo, con sus dos torres. A
la izquierda, los tejados nevados de la ciudad medieval se ven coronados por la
soberbia aguja de la catedral, Notre Dame de Estrasburgo.
Una gran
parte de las iglesias y catedrales de Francia están consagradas a Notre Dame,
circunstancia esta que viene provocando ríos de tinta desde hace tiempo.
Vayamos por partes. En primer lugar, la iglesia romana receló hasta fechas muy
recientes del culto a María, por considerar los padres primigenios del
cristianismo que ese culto podía encubrir viejas creencias en la diosa madre.
En segundo lugar, la mujer fue, durante un tiempo, icono frecuente como tercera
persona de la trinidad, junto con el padre y el hijo, lo que hacía retornar la
memoria a las tríadas negadoras del monoteísmo. Y, en tercer lugar, la
afirmación de que Jesucristo había nacido de una virgen que lo fue antes, en y
después del parto, revelaba excesivas identidades del cristianismo con el culto
de Mitra, quien también era hijo de virgen y de cuyo mito se nutrió sin duda
Saulo. De este modo, el culto a María fue –y en buena medida sigue siendo- un
culto eminentemente popular, sólamente aprovechado por la iglesia en cuanto
eficaz suplantador de ritos paganos de maternidad, fecundidad y sexualidad. De
hecho, la dogmática católica tardó siglos en aceptar la inmaculada concepción
de María, tardanza que se me antoja bastante inexplicable por tratarse de la
mismísima madre de Dios.
Pero, por si
esto fuera poco, algunos autores han querido ver en Notre Dame a Magdalena.
Determinadas teorías acerca de la llegada a Europa, concretamente a las Galias,
de Magdalena, llevando en su seno el fruto carnal de Jesús, por tanto un hijo
de David y heredero legítimo de las coronas de Israel y de Judea, pretenden
iluminar el mito del santo grial, verdadero leit
motiv de la literatura caballeresca medieval y, en concreto, de los ciclos
artúricos. Desde este punto de vista, el santo grial no sería sino la
perversión fonética de la saing réel
–la sangre real-, cuyo receptáculo no
habría sido un vaso fabricado sino el vaso carnal –el útero- de Magdalena.
Continúa la teoría afirmando que, andando el tiempo, esa sangre daría origen a
la dinastía de los reyes merovingios, ungidos al igual que los reyes judíos, e
incluso presume que tal linaje ha sobrevivido hasta nuestros días. Según estos
planteamientos, los constructores medievales, entre los que destacan los de
Estrasburgo, donde un maestro procedente de Chartres –la primer catedral
gótica- diseña Notre Dame, plasmaron en piedra y vidrio la tradición
magdalenista.
Esta
tradición y su iconografía de vírgenes negras (que unos identifican con
Magdalena y otros con su hija), contemporáneas de las consagraciones de templos
a Notre Dame, entrelazadas con el druidismo y con los ritos templarios, se
pueden rastrear en la historia del imperio carolingio, del reino de Asturias y
de los condados de Occitania y Cataluña, no sólo en documentos escritos, sino
también en la toponimia y en la multiplicación de vírgenes en indudable estado
gestante. E incluso es perceptible,
según algunos autores, en la pintura del Renacimiento.
En
Estrasburgo todos los caminos llevan a Notre Dame, en una perfecta simbiosis
entre la ciudad y el templo que confiere al espacio urbano una apariencia de
irrealidad. Cuando, caminando por cualquiera de sus calles, se llega a la
catedral, grandiosa y rojiza, parece imposible que aquella maravillosa mole
pudiera estar allí. Podemos afirmar con un asombrado Víctor Hugo que Notre Dame
de Estrasburgo es un prodigio de gigantez y delicadeza.
La catedral
se levanta en una gran plaza cuadrada que conserva el pavimento medieval. Fue
erigida sobre las ruinas de una antigua basílica renana que había sido
construída en el año 1015 por el obispo Wernher, perteneciente a la casa de
Hasburgo. Destruida por un incendio, fue reemplazada por el edificio que hoy
existe y cuya construcción se prolongó durante tres siglos, desde su
cimentación en 1176 hasta la culminación de la aguja de la torre en 1439. De la
antigua basílica conserva partes del ábside y de la cripta. Su altura es de 142
metros, lo que convirtió a Notre Dame de Estrasburgo en el edificio más alto de
la cristiandad hasta el siglo XIX.
En 1225, la
llegada de un equipo procedente de Chartres revoluciona el curso de la
construcción. Un maestro de obra cuyo nombre desconocemos inicia a los
artesanos locales en los esplendores del arte gótico, ignorado hasta entonces.
Este maestro trazó todos los planos y diseñó el proyecto, pero permitió ciertas
libertades a los diferentes jefes de obra, quienes diseñaron la Columna de los
Ángeles y las estatuas representativas de la Iglesia y de la Sinagoga, las tres
en el crucero del pórtico del sur.
Casi
cincuenta años más tarde fue erigida la fachada principal, mirando a occidente,
la más ricamente adornada. Los tímpanos de sus tres pórticos fueron consagrados
a la vida de Jesucristo y al Juicio Final. El célebre grupo del Seductor, entre
las vírgenes prudentes y las vírgenes alocadas, que adorna su pórtico derecho,
sirvió de modelo a las catedrales de Friburgo y de Basilea. Por su parte, en el
pórtico de la izquierda, las virtudes atraviesan a los vicios con sus lanzas.
También en
esta fachada occidental se pueden contemplar las referencias a las artes liberales,
si bien no son tan preeminentes como las que se observan en Chartres. Esto nos
permite, como hipótesis, preguntarnos si ello no muestra que los masones
operativos medievales practicaban la especulación. Todo parece indicar que los
obreros de Estrasburgo y Chartres ponían tanto énfasis en el aprendizaje de las
artes liberales como en las tradiciones religiosas. Y todo ello tres o cuatro
siglos antes de la constitución de la Gran Logia de Londres, momento en el que
se considera que nace la masonería especulativa. Pero, a este respecto, la
catedral de Estrasburgo, con su código de piedra, nos aportará más datos, a los
que me referiré a continuación.
Un doble
trazo de una gran ligereza corona los pórticos de esta fachada occidental. De
un cerco de piedra finamente calado florece un maravilloso rosetón, atribuido a
Erwin de Steinbach, maestro de obra de la catedral entre 1284 y 1318. Encima de
él, dos torres, en las que se yergue un campanil construido ya en las
postrimerías del siglo XIV, componen la plataforma. Desde esta altura, después
de salvar los 329 peldaños de su escalera, se puede apreciar un completo
panorama de la ciudad y de su medio circundante. Sobre la plataforma se levanta
la torre octogonal, rematada por una aguja calada, debida a Jean Hultz de
Colonia.
La planta
octogonal no es habitual en las torres de las grandes catedrales góticas,
siendo, sin embargo, la más frecuente en las pequeñas capillas templarias y en
las fortalezas erigidas por esta orden militar o aquellas en las que su presencia
tuvo importancia. Esto nos puede llevar a lanzar, también cuando menos en el
terreno hipotético, la sugerencia de que los masones operativos de Estrasburgo
tuvieron contacto directo o indirecto con la orden. Ello podría contraponerse a
la idea neotemplarista de una convergencia exclusiva en Escocia tras la
supresión del Temple. Según este planteamiento, considerado como clásico en la
tradición masónica, los templarios o los depositarios de sus conocimientos
contribuyeron al surgimiento de la masonería especulativa en las islas
británicas, al encontrarse allí con grupos de masones operativos que ya casi no
tenían función. Por el contrario, si aceptásemos que los templarios u otras
personas iniciadas en sus saberes coincidieron en Estrasburgo con los masones
operativos, estaríamos ante la posibilidad de que la masonería especulativa
comenzara su andadura antes de la fecha supuesta. Es decir, que los masones
operativos no sólo eran constructores, sino que, simultáneamente, eran
especulativos.
En la
fachada del sur se encuentra el bello pórtico del reloj, el más antiguo de la
catedral, flanqueado por dos copias de las anteriormente señaladas estatuas de
la Iglesia y de la Sinagoga, ya que las originales se conservan en el Museo de
las Obras de Notre Dame. El tímpano del pórtico de la izquierda está decorado
por una hermosa Muerte de la Virgen que fue la admiración de Delacroix. Sobre
el tímpano de la puerta de la derecha figura la Coronación de la Virgen. Por su
parte, el pórtico de la fachada del norte, de finales del siglo XV, está
consagrado a San Lorenzo, con su martirio representado sobre la puerta, aunque
la composición que hoy podemos admirar es una copia moderna.
La nave,
inspirada en la de Saint Denis, fue construida a lo largo de dos campañas entre
1236 y 1275, y maravilla a quien la ve por la armonía de sus proporciones.
Conserva la mayor parte de sus vidrieras originales, donde el dorado destello
se debe al empleo de colores claros que siempre caracterizó el arte de los
maestros vidrieros estrasburgueses. Los vidrios más antiguos de la nave datan
del siglo XIII y se encuentran en el costado inferior del norte, representando
una sucesión de reyes y emperadores germánicos. La Virgen del coro y el rosetón
son, por el contrario, más modernos.
A la nave se
le adosaron en el siglo XIV la capilla de Santa Catalina, con extraordinarios
vidrios de la misma época, y la capilla de San Lorenzo, en la que los vidrios
son los de una antigua iglesia que perteneciera a los dominicos.
A este
respecto, podemos indicar algunas cuestiones curiosas. Cuando yo era niño, mi
madre me cantaba que “al Sol le llaman Lorenzo y a la Luna Catalina; cuando
Lorenzo se acuesta, Catalina se levanta”. A mí aquello me llamaba la atención,
porque la capilla que da nombre a la playa de oriente de Gijón está consagrada
a San Lorenzo, mientras que en la atalaya que la cierra por poniente hubo en
tiempos una capilla consagrada a Santa Catalina. Más tarde, comprendí algo más.
San Lorenzo es un mártir que fue quemado –asado más bien-, por lo que nos
remite al fuego, al calor y al Sol. A él está consagrado el monasterio de El
Escorial, obra de gran contenido esotérico y centro solar del imperio español.
Y San Lorenzo es una figura reiterada en la catedral de Estrasburgo, con una
capilla y un pórtico. Por su parte, Santa Catalina recibió martirio en
Alejandría, donde fue decapitada tras retirarse las llamas a las que,
previamente, había sido arrojada. Es, por tanto, lo contrario al fuego, al
calor y al Sol. Se trata de la Luna. San Lorenzo a un lado, Santa Catalina al
otro, como en las logias masónicas.
En el
crucero del norte se encuentran un Monte de los Olivos de 1498 y dos pilas
bautismales de estilo gótico tardío, fechadas en 1453. Allí se encuentran los
vidrios más antiguos de la catedral, que provienen del santuario primitivo de
1015 y representan los dos San Juan y el Juicio de Salomón.
Aquí nos
encontramos con dos de los principales elementos ideológicos de la masonería
especulativa, el juanismo y el salomonismo, lo que nos acerca aún más a la
hipótesis anteriormente planteada. El santo bifronte, como el dios Jano con
quien comparte afinidades fonéticas, representa los dos solsticios: el
evangelista el de invierno y el bautista el de verano. Uno mira al pasado, otro
al futuro; uno nos da la revelación –el apocalipsis- y otro la iniciación –el
bautismo-; uno retrotrae y otro anticipa. Son estas apreciaciones más propias
de la masonería especulativa que de la operativa.
Por lo que
respecta a la figura de Salomón, en ella se encierra el mito del templo
destruido de Jerusalén que los masones pretenden recrear a través del gótico,
utilizando signos sustitutivos de aquellos que se perdieron con la desaparición
de sus constructores y con la destrucción física del propio templo bajo el
mando de Tito. La presencia del rey hebreo y el hecho de poner casi en pie de
igualdad a la iglesia y a la sinagoga en las dos columnas del crucero del
pórtico del sur, denota una judaización pretendida. Pero la tradición
salomónica de la masonería es atribuída generalmente a la fase especulativa y
no a la operativa.
Y, como
nueva referencia, en el fondo del crucero se encuentra la capilla de San Juan
Bautista, que abriga la hermosísima tumba del obispo Conrad de Lichtenberg, del
siglo XIV, y un epitafio de Nicolás Gerhaert de Leyde, fechado en 1464 y que
representa a un canónigo en pie, delante de una conmovedora Virgen con el Niño.
En la nave,
el púlpito de Hans Hammer es un extraordinario ejemplo del estilo gótico
flamígero. El camerino del órgano, adornado con curiosos personajes, data del
final de la Edad Media. Los artistas que lo diseñaron desafiaron los
convencionalismos de la época, puesto que los muñecos articulados en actitud de
conversar que lo ornan eran rechazados y denostados sin tapujos por los sacerdotes
y los fieles del momento.
En el
crucero del sur, otros autómatas, todos ellos en actividad, animan el Reloj
Astronómico, pieza que es herencia de la Reforma y que fue construido hacia
1547 por un equipo de relojeros suizos. Sin funcionar desde la Revolución, Jean
Baptiste Schwilgué le dotó de un nuevo diseño en 1840. Enriquecido con un
planetario copernicano y un calendario eclesiástico, el reloj mueve sus
autómatas, los cuales, todos los días, a la hora en la que el sol se encuentra
en el meridiano, realizan un movimiento completo. A cada tañido, podemos ver
cómo los apóstoles desfilan delante de Cristo. Cada paso está acompañado por
batires de alas y el canto de un gallo. Más abajo se encuentran las diferentes
edades de la vida, las cuales, personificadas por un niño, un adolescente, un
adulto y un anciano, pasan por delante de la Muerte.
Delante del
reloj se eleva la maravillosa Columna de los Ángeles, la cual, de manera muy
original, representa de hecho un Juicio Final en el que se agrupa el Cristo Juez,
los cuatro evangelistas y los ángeles del juicio tocando sus trompetas.
Al fondo del
crucero del sur se encuentra la capilla de San Andrés, la más antigua de la
catedral, que data de finales del siglo XII. Este santo tiene una gran
tradición en la masonería especulativa y parece difícil que fuera, como se
pretende, el personaje referido en los evangelios canónicos sinópticos. De
hecho, su nombre griego aparece en documentos escritos en lengua no griega, lo
que muestra que, o es una impostura, o se trata de un arquetipo. Andrés procede
del griego andros = hombre,
convirtiéndose en elemento principal en la masonería humanista y racionalista
de los siglos XVIII y XIX. San Andrés da nombre a ciertos altos grados de la
masonería especulativa francoescocesa y su símbolo, el aspa, figura en la
bandera de Escocia y en el blasón de los reyes de España.
Una última
cuestión. La casa más antigua de la plaza de la catedral de Estrasburgo, la
Maison Kammerzell, hermoso edificio cuya fachada es enteramente de madera tallada,
tiene, en su esquina principal frente al templo, la figura de un ave que
alimenta a sus polluelos con la sangre de su pecho. Es el conocido símbolo
masónico del pelícano que se sacrifica, aunque originariamente parece ser que
se trataba de un buitre, blasón también de uno de los altos grados de la
masonería especulativa francoescocesa.